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sábado, 4 de julio de 2015

"La carbonera" de San Marcos: hombres y más hombres que caen muertos sobre cuerpos de hombres ya muertos. La Memoria al servicio de la Justicia. Día 185

Apesta a muerte "la carbonera", ese infecto agujero sin ventilación y sin apenas iluminación. No tiene siquiera las medidas de una habitación grande, pues no alcanza los 40 metros cuadrados. Pero cada una de las losas del pavimento de su suelo hieden a espanto. "La carbonera" es un cuchitril del Convento de San Marcos, en León. Era edificado San Marcos en el XVI, estilo renacentista con iglesia del gótico tardío. Equilibrados arcos de medio punto, medallones, claustros, coros, líneas arquitectónicas, plantas, toques barrocos, fachada plateresca..., todo un conjunto de estilos diversos pero armónicos.

Mas en ese armonía no encaja "la carbonera". Ni la muerte que alberga entre sus paredes. 40 metros cuadrados que se utilizan en la dictadura como celda de castigo de los presos republicanos. Pues de convento, pasa San Marcos entre otras muchas vicisitudes a convertirse en Casa de estudios de los Escolapios, a transformarse en las oficinas del Estado Mayor del Séptimo Cuerpo del golpista Ejército de Franco y a devenir en campo de concentración de prisioneros, primero, y prisión de republicanos después. 20.000 llegan a ser allí recluidos. 20.000. De ellos, hasta 7.000 simultáneamente, siendo varias centenas las mujeres que allí también estaban secuestradas por los franquistas. Y de esos 20.000, 3.000 son asesinados. Tres mil. 791 fusilados. 1.563 paseados. 598 matados, terminados, ejecutados en pasillos, rincones, sacados al campo, apalizados y apuntillados, muertos en el patio, muertos en las celdas... y muertos en "la carbonera".

Porque en aquella letal celda de castigo, en aquel calabozo entre calabozos, sólo entran los que no van a salir de allí con vida. Y "la carbonera" rebosa de presos. De 75 en 75, todos juntos, apelotonados como sólo deben sentirse las ovejas entrando en el último redil de un matadero, siempre de pie, rendidos de cansancio, calor, agotamiento y falta de oxígeno, sin poder respirar, codo con codo, hombro con hombro aguantando entre varios el peso de los que van desfalleciendo, el poco suelo libre que acoge cada vez más cuerpos caídos, sin ventanas, y la puerta que no abren estos malditos, y hombres y más hombres que caen muertos sobre cuerpos de hombres ya muertos. De saberlo, envidiarían los nazis la eficacía y economía de esta maquinaria de muerte. Sólo hay que cerrar el portón, hacer oídos sordos a las súplicas y esperar. Esta espera, esta ejecución lenta y sin pólvora ha sido efectuada de forma deliberada en San Marcos en varias ocasiones.

Nadie de los que por allí pasaron olvida San Marcos. Para muchos leoneses, zamoranos, castellanos, manchegos, vascos, andaluces, para todos fue San Marcos el paradigma de la pesadilla más infernal. Palizas, torturas, frío, hambre, suciedad, infecciones, parásitos, enfermedades y muerte, muertes anunciadas unas tras estrambóticas sentencias después de farsas a las que llaman juicios, y muertes sobrevenidas tras sacar a presos de la cárcel, llevarlos al campo y aplicarles la ley de fugas a tiro limpio en la espalda y en el craneo. Muerte y más muerte, 3.000 hombres y mujeres muertos y decenas de miles de espíritus de mujeres y hombres libres, cultos, comprometidos, entregados a su sociedad, valientes, decenas de miles de espíritus aniquilados y destruidos de por vida. En San Marcos, en su "carbonera", en lo que hoy es Parador Nacional de Turismo, ignorantes sus huespedes de la esencia de terror y pavor que aún destilan sus muros, todavía impregnados de la fetidez que sigue desprendiendo una de las más terroríficas degollinas cometidas por la barbarie franquista.


Fuente: leon.postcapital.org

Presos en el campo de concentración de San Marcos durante una entronización religiosa. . Fuente: laopiniondezamora.es